El puesto de arquero es claramente el más ingrato en el fútbol.
Un error del portero puede llevar a la derrota más humillante o, en un penal atajado, suele culparse a la inoperancia del circunstancial pateador.
De todas maneras allí estaba yo. Haciendo frente a la historia del puesto con la frente bien alta, el pecho inflado y la mirada en una rubia voluptuosa de 3º3ª que caminaba cerca del área chica, ignorándome perfectamente.
El grito de Fernández, mi ocacional defensor estrella, llamó la atención de la rubia y un segundo más tarde de lo debido, mi propia atención.
La pelota venía hacia mi posición. Era mi momento. Era la dignificación de una especie en extinsión, que son los arqueros, pero también era hacer notar mi existencia a la tetona de 3º. Enfrente mío, mi rival, mi antagonista, el que podía arruinar mis planes y, vaya paradoja del destino, el mismo que me podía hacer lucir frente al universo. Porque con mi movimiento nacía un nuevo Javier, un referente en el área y en la vida.
Y me arriesgué, porque ahí se jugaba mi destino, ahí empezaba a hacerme dueño de mi vida. Porque la rubia, mis compañeros y los adversarios notarían mi presencia para siempre.
Y ahí fuí, me arrojé. Demostrando un gesto técnico notable puse mi cuerpo horizontal, apoyando el hombro y el codo izquierdo, con las manos bien abiertas y seguras para tomar la pelota.
El cholo con mirada fija y actitud inquietante venía en feroz carrera. Por un momento dudé que llegara antes el hábil delantero y punteara el balón para hacerlo retozar en el fondo de la red. Pero yo estaba allí para impedirlo. Mi orgullo y dignidad estaban en esa pelota, mi vida entera iba rodando y picando a mis manos. Y sí... lo hice. La pelota llegó mansa a mis manos. Por una vez ganaban los buenos. El final feliz. Hasta Hollywood estaría dispuesto a hacer la remake.
Sin embargo, esa carrera voraz del intrépido adversario no paró sino entre el cuarto y quinto metatarsiano de mi mano derecha.
La vehemencia del cholo en su búsqueda por la redonda provocó un esguince dificil de soportar. Mi grito agudo fue el pefecto cierre para ese escenario, indigno, lleno de risas de todos los presentes... no vi dónde fue a parar la pelota... no quise ver... tampoco si la rubia lo había visto.
Nunca volví al arco, ahora soy un mediocre delantero que de vez en cuando hago algún gol de rebote.
* Anécdota de un compañero y que yo aggiorné. Le tetona es una personaje ficticio, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Esto es preocupante
Hace 2 días.
4 comentarios:
aia! me dolió la mano de escucharte...
El orgullo no, siempre fui horrible para el fútbol y al arco ni hablar! ;)
Perdçon. me parece que Metatarsiano, es un hueso del pie. Y de la mano seria un metacarpiano.
Linda anegdota.
Aunque mucho de fútbol, balones (pelotas quedaría feito), arqueros y posiciones futbolísticas no entiendo, la anécdota estuvo muy buena.
Creo que cada uno debe conocer sus limitaciones.
No está mál probar, lo digno es saber retirarse a tiempo.
che ... mi hermano es arquero y además se llama Javier .... y aunque nunca tocamos el tema, sospecho que le deben gustar las rubias con delantera ... estoy impresionada parapsicológicamente.
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