A veces (sólo a veces) la casa está en orden.


Habemus Pancho.

La hipótesis de Mariana presume que Felipe va a estar mejor si está más acompañado. Esto implica que esa nueva y más activa compañía sea de su especie.
Así, una tarde de octubre, como la de ayer... casi sin proponernoslo, o casi olvidando esa búsqueda por meses, se ha sumado un nuevo integrante a este hogar.
Romeo o Pancho fue la duda por su nombre, pero ante la pasividad mostrada por el felino en su viaje del conurbano bonaerense a la ciudad autónoma de buenos aires, se ha decidido por el último. (Este departamento debe tener la mayor taza de gatos de La Matanza en metros cuadrados de esta ciudad).
Orejas y ojos muy presentes en un escaso cuerpo.
La gran duda era la respuesta a tamaña sorpresa por parte del amigo felino preexistente... y la verdad es que no ha sido la mejor.
No ya por su rechazo (me pongo un sombrero sólo para sacármelo ante la caballerosa y pacífica actitud de Felipe ante este arribo), sino que no contábamos con el incesante e inocente acoso que hace Pancho de Felipe. Al borde de lo insoportable. Lo persigue hasta abajo de la cama. Le comio de su plato, le usó sus piedras sanitarias, se le metió en su caja, hizo uso de su cama sin culpa alguna.
En este preciso momento Felipe pasa entre mis piernas huyendo del pequeño saltarín soltando un agudo que creo descifrar... no sé como dirán los gatos "Sacámelo de encima!!!!" pero debe sonar muy parecido a eso que escucho.
Seguiré en otro momento, tengo que salvar a este hogar.

Amar la trama más que el desenlace...

El leedor

Él lee... pase a la hora que pase (yo) por el parque, él lee.Tengo esta manía casi voyeur de querer saber qué lee la gente que lee en lugares públicos (en el bondi/tren/subte, en plazas, bares etc). Así fue que lo descubro en Madame Bovary, un librito pequeño de animé (foto) y en el último encuentro en una Nippur deshilachada.
El leedor tiene un puesto de libros en el Parque de los Patricios, en un local exquisitamente caótico, rodeado, pisado, recorrido por gatos varios.
Y no lo veo sino leyendo... juro que lo vi parado abajo de una llovizna insistente y molesta ensimismado en la interminable novela de Flaubert.
Presencié en una oportunidad su trato amable y preocupado a un potencial cliente... él giró, se enfrentó a esa maraña de libros...


... pensó, miró sin mirar, se le animó a una de esas columnas de libros, levantó uno que estaba en la mitad de la pila y sin sacarlo afirmó que no, que a ése no lo tenía. Solo él debe saber el orden y el catálogo completo, es impensable para alguien ajeno.
Me daba vergüenza sacarle foto para escribir esto, pero rápidamente me di cuenta que en ningún momento me registraba... a nadie parece registrar, él está ocupado leyendo.

La luz de mis ojos

Lejos de escribir un poema cursi acerca de un amor imposible, me quiero referir a la luz que día a día nos acompaña en nuestro andar hogareño.
Hasta no hace mucho tiempo, un mortal cualquiera podía acercarse al supermercado o a la ferretería amiga y con el simple comentario/pregunta "¿Me daría un foco de 60?", ya hubiera podido solucionar el inconveniente de cenar con un velador o llevarse puesta una silla después de un arranque incontenible de sed nocturna.
Ahora, los tiempos están más complejos y la modernidad trajo consigo una variedad de dudas (no estoy haciendo un análisis político, sigo hablando de la iluminación).
Ya casi no hay focos (o lo que en mi casa siempre se llamó con tal término), sino lámparas de esas largas, que creo son de menor consumo... pero ése no es el problema que más me moviliza, el problema principal es que ahora iluminan de manera diferente.
Digo, hay algunas que iluminan tipo hospital, y otras que irradian una luz un poco más ¿cálida?
El problema es que con mi insensibilidad abrumadora me cuesta percibir claramente la diferencia y, peor aún, si las lámparas están todavía en su caja y yo tengo que adivinar por su nombre comercial.

O sea, no es que dice "Lámpara tipo Hospital" y "Lámpara tipo más ¿cálida?", en la caja.
Al lector impío que me acusara, por ejemplo, de no aprovechar la tecnología que me brinda la posibilidad de probar in-situ si las lámparas funcionan (teconología que se encuentra cercana a la góndolas donde se exponen dichos adminículos luminarios), a él diré que:
- No uso el aparato porque no estoy seguro de cómo funciona, y prefiero mi ignorancia en secreto, a la vergüenza de exponerla públicamente ante el mal uso de ese aparato del demonio.
- No siempre está.
Y, principalmente... - Las lámparas vienen empaquetadas con ese plástico violentante que no se deja abrir cordialmente... o sea que no vienen preparadas (muchas veces) para ser probadas en vivo y en directo.
Con el riesgo que implica eso, que es el hecho de que tu comedor parezca una sala de espera de hospital público, que es lo que parece este lugar donde este escriba se encuentra en este preciso momento.

Así como compartir la tos en un bulín de 2 x 2

Jorge Heladera

Hay un contacto en mi celular que tiene ese nombre. Es un Jorge que arregla heladeras... no es tan brillante la deducción.
Grandote, con el peinado de Pardini, muy abrigado y con un manojo de llaves sonando al caminar (que solo se justifica si sos encargado de edificio). Cuando la viejita (nuestra heladera tiene más años que mi compañera y yo juntos) tambalea en su vida, o empieza a toser y trabajar a reglamento o mucho menos que eso, ahí acude Jorge Heladera a remediarla. Vendría a ser como su médico de cabecera.
Yo espero, cada vez que viene, que me pase el certificado de defunción pero todavía sobrevive; así, con sus años a cuesta.
Después de 3 o 4 comentarios de taxista (algo sobre el tránsito y del porvenir de los jóvenes argentinos siempre está), Jorge arremete y pone manos a la obra.
El primer detalle humillante es la reacción inmediata de la heladera, que a pesar que en los 2 días anteriores nos dejó tomando agua tibia, y con un olor inclasificable en su origen, la señorita funciona. Casi al borde de la indignación juro por la patria (ahora que se viene el bicentenario) que ese correcto funcionar es una experiencia extraordinaria y que seguramente va a dejar de hacerlo en cuanto él (Jorge) se vaya.
Inmediatamente después que Jorge H. me amenaza: "me voy a fijar x" (donde x es algo técnico que claramente no me acuerdo), me doy cuenta que todo podía haberse quedado ahí... él me decía que funcionaba correctamente, que es una heladera muy buena, que ya no hay repuestos, algunos etc más, y se iría cobrándo un exiguo monto de dinero (acto que me beneficiaría notablemente).
Pero no, luego de tirarse al suelo, sacar y poner tornillos, después de sacar no sé qué pendorchos y limpiarlos, y de cololocar un "capacitor (este término me lo acuerdo por mi improductivo paso por una escuela técnica)(aún así, el uso de dicho objeto sigue siendo una incógnita) porque el motor" no sé qué cosa, quedó resuelta la visita del médico.
La viejita quedó andando y Jorge Heladera con $150 que alguna vez fueron míos.