Hay un contacto en mi celular que tiene ese nombre. Es un Jorge que arregla heladeras... no es tan brillante la deducción.
Grandote, con el peinado de Pardini, muy abrigado y con un manojo de llaves sonando al caminar (que solo se justifica si sos encargado de edificio). Cuando la viejita (nuestra heladera tiene más años que mi compañera y yo juntos) tambalea en su vida, o empieza a toser y trabajar a reglamento o mucho menos que eso, ahí acude Jorge Heladera a remediarla. Vendría a ser como su médico de cabecera.
Yo espero, cada vez que viene, que me pase el certificado de defunción pero todavía sobrevive; así, con sus años a cuesta.
Después de 3 o 4 comentarios de taxista (algo sobre el tránsito y del porvenir de los jóvenes argentinos siempre está), Jorge arremete y pone manos a la obra.
El primer detalle humillante es la reacción inmediata de la heladera, que a pesar que en los 2 días anteriores nos dejó tomando agua tibia, y con un olor inclasificable en su origen, la señorita funciona. Casi al borde de la indignación juro por la patria (ahora que se viene el bicentenario) que ese correcto funcionar es una experiencia extraordinaria y que seguramente va a dejar de hacerlo en cuanto él (Jorge) se vaya.
Inmediatamente después que Jorge H. me amenaza: "me voy a fijar x" (donde x es algo técnico que claramente no me acuerdo), me doy cuenta que todo podía haberse quedado ahí... él me decía que funcionaba correctamente, que es una heladera muy buena, que ya no hay repuestos, algunos etc más, y se iría cobrándo un exiguo monto de dinero (acto que me beneficiaría notablemente).
Pero no, luego de tirarse al suelo, sacar y poner tornillos, después de sacar no sé qué pendorchos y limpiarlos, y de cololocar un "capacitor (este término me lo acuerdo por mi improductivo paso por una escuela técnica)(aún así, el uso de dicho objeto sigue siendo una incógnita) porque el motor" no sé qué cosa, quedó resuelta la visita del médico.
La viejita quedó andando y Jorge Heladera con $150 que alguna vez fueron míos.
Grandote, con el peinado de Pardini, muy abrigado y con un manojo de llaves sonando al caminar (que solo se justifica si sos encargado de edificio). Cuando la viejita (nuestra heladera tiene más años que mi compañera y yo juntos) tambalea en su vida, o empieza a toser y trabajar a reglamento o mucho menos que eso, ahí acude Jorge Heladera a remediarla. Vendría a ser como su médico de cabecera.
Yo espero, cada vez que viene, que me pase el certificado de defunción pero todavía sobrevive; así, con sus años a cuesta.
Después de 3 o 4 comentarios de taxista (algo sobre el tránsito y del porvenir de los jóvenes argentinos siempre está), Jorge arremete y pone manos a la obra.
El primer detalle humillante es la reacción inmediata de la heladera, que a pesar que en los 2 días anteriores nos dejó tomando agua tibia, y con un olor inclasificable en su origen, la señorita funciona. Casi al borde de la indignación juro por la patria (ahora que se viene el bicentenario) que ese correcto funcionar es una experiencia extraordinaria y que seguramente va a dejar de hacerlo en cuanto él (Jorge) se vaya.
Inmediatamente después que Jorge H. me amenaza: "me voy a fijar x" (donde x es algo técnico que claramente no me acuerdo), me doy cuenta que todo podía haberse quedado ahí... él me decía que funcionaba correctamente, que es una heladera muy buena, que ya no hay repuestos, algunos etc más, y se iría cobrándo un exiguo monto de dinero (acto que me beneficiaría notablemente).
Pero no, luego de tirarse al suelo, sacar y poner tornillos, después de sacar no sé qué pendorchos y limpiarlos, y de cololocar un "capacitor (este término me lo acuerdo por mi improductivo paso por una escuela técnica)(aún así, el uso de dicho objeto sigue siendo una incógnita) porque el motor" no sé qué cosa, quedó resuelta la visita del médico.
La viejita quedó andando y Jorge Heladera con $150 que alguna vez fueron míos.
0 comentarios:
Publicar un comentario